jueves, 19 de noviembre de 2015

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    Tanto por la métrica como por el contenido, estos poemas se ajustan perfectamente a la poesía haiku que nos ocupa. Es que la autora mencionada logra ese estado anímico de plenitud y arrobamiento cuando escribe sus versoss que trascienden lo material y efímero y le trasmite al lector que sabe adentrarse en su pensamiento y en su sentimiento, mucho más de lo que las palabras dicen.
    El hombre primitivo desconocía las palabras; aún no las había creado. Seguramente se servía de los gestos. Éstos "permanecen" dentro de la armonía del silencio. Es lo inhablado, lo no-dicho, lo que amalgama con el silencio y también con la palabra aludida pero no pronunciada. El gesto es como una invocación que parte del silencio mismo y va hacia él mostrando todo lo que no han dicho las palabras. Es el lector quien "deberá completar" lo que ese gesto representa en el no-decir.
    Entre el decir y el callar, sugerentemente, aparece lo tácito, la sutil elocuencia del haiku. También sucede esto en la pintura y muy especialmente en la japonesa. Cada espacio vacío no está vacío porque tiene su valor: no representa ausencias sino presencias imaginadas por el pintor o el observador. No está ausente el color y éste sugiere, evoca lo que por voluntad del autor, "parece" estar ausente.

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